Hace unos 40 años 2 personajes de apellido Ross y Sicoly realizaron una serie de curiosos experimentos sociales con parejas, equipos deportivos y grupos de trabajo. Consistía en preguntarle a los participantes cuánto creían que habían contribuido –de manera individual– a la ejecución de una tarea. Por ejemplo, en el caso de la pareja le preguntaban a cada uno cuántos platos creía que había lavado durante el estudio. La suma de ambos resultados daba siempre más del 120%, es decir, ambos consideraban que habían lavado mucho más de lo que realmente lavaron y subvaloraban los que había lavado el otro. Exactamente la misma tendencia pasó en los otros grupos de estudio.
Los seres humanos nos ponemos 2 sombreros diferentes para analizar los resultados desfavorables, dependiendo si son los nuestros o los del otro. La lamentable situación del otro se la atribuimos 100% al otro, a lo que es, a su esencia, a sus decisiones y a su capacidad de ejecución. Nuestra lamentable situación, en cambio, es debido a las circunstancias y no tiene que ver nada con lo que somos.
Pero pasa exactamente lo contrario cuando se trata de la obtención de un logro. El nuestro lo obtuvimos por lo que somos, por nuestro esfuerzo y por lo que hicimos. El del otro porque las circunstancias jugaron a su favor.
Otro experimento evaluó la percepción que tenía una persona después de tener un diálogo con otra, guiándose sólo de su memoria, y lo comparó con la percepción de la misma persona cuando le mostraron un video de ese diálogo desde una posición de cámara totalmente opuesta. El resultado fue que siempre cambiaron las atribuciones.
Son muchos los estudios que demuestran el sesgo “favorable al yo” y el sesgo del “actor-observador” y son muchas también las causas identificadas: necesidad de control, ahorro cognitivo, disponibilidad de memoria, etc; sin embargo las 2 principales son la protección de la autoestima y la saliencia perceptual, que es la posición desde donde estemos viendo el hecho.
Entender que nuestra mente usa atajos para ‘protegernos’ –culpar al otro cuando él falla y culpar al entorno cuando nosotros fallamos– es dar un primer paso para dejar de ser rehén de ellos. Renunciar a esos 2 sombreros que encontramos tan fácil en el perchero de la entrada de nuestra inconsciencia y tratar de empezar a usar solo el sombrero de la objetividad y del autoconocimiento, nos permitirá mejorar nuestra autogestión, elevar la empatía, incrementar la calidad en nuestras relaciones y tomar decisiones más objetivas.
“No nos perturba lo que nos ocurre, sino lo que nos decimos sobre lo que ocurre”, decía Epicteto, y por eso es que preferimos el autoengaño; sin embargo, es nuestra decisión seguir diciéndonos mentiras para no perturbarnos en el momento, o elegir decirnos la verdad y mejorar para que deje de perturbarnos.
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Este artículo fue escrito para la edición 185 del periódico El Faro y puedes ver la versión original aquí.